TENER UN OBJETIVO es decir, tener un norte educativo. No proponerse alcanzar poco de muchas cosas, sino mucho de pocas cosas. Esto tiene dos beneficios: es mas probable obtener logros y luego esos logros se irradian hacia al resto de la personalidad.
EDUCAR DESIGUALMENTE teniendo en cuenta el carácter y personalidad de cada hijo, su sexo, edad y circunstancias. Si tratamos a dos hijos del mismo modo, a uno lo estamos tratando mal.
POCAS REGLAS PERO CLARAS Para eso podemos hacer dos listas básicas y orientadoras: "esto haremos" y "esto no haremos". Da mejor resultado cuando la lista es confeccionada con anterioridad a las situaciones que se quieren enmarcar, cuando es consensuada por los padres y los hijos, previo análisis y deliberación y cuando están claras las consecuencias de cumplir o no cumplir las normas, es decir cuales son los privilegios o las privaciones resultantes.
COMBINAR AFECTO CON AUTORIDAD Correrse de la clásica disyuntiva de poner límites con autoridad y sin afecto o tratar afectuosamente sin corregir. Para esto nos ayuda mucho distinguir a la persona de la acción, expresando simultáneamente desacuerdo con las acciones y amor incondicional por la persona.
NO EMPUJAR SINO ATRAER Es mas efectivo incorporar valores en los hijos atrayéndolos desde el ejemplo personal y desde los beneficios, que empujándolos desde el sermón, la exigencia y la obligación. Los hijos aprenden mas de lo que ven de lo que se les dice.
NO PROYECTAR, BUSCAR LO PROPIO No pretender que los hijos sean lo que los padres quisieron ser, tener o hacer. Mas bien facilitar la búsqueda de lo propio de cada hijo, valorarlo y dar recursos para que lo desarrollen.
ENSEÑAR USANDO LAS CONSECUENCIAS Lo que sembramos, cosechamos. Es muy útil ir entrenando a los hijos en tomar decisiones y experimentar sus consecuencias. De esta manera enseñamos sobre la libertad y la responsabilidad, y los preparamos para utilizar la ley de la siembra y la cosecha a su favor durante el resto de su vida.